Jesús de Nazaret, también llamado Cristo, Jesucristo o simplemente Jesús (Reino de Judea, Imperio romano; ca. 4 a. C.-Jerusalén, provincia de Judea, Imperio romano; 30-33 d. C.), fue un predicador y líder religioso judío. Es la figura central del cristianismo y una de las más influyentes de la historia.
Desde el siglo xx hasta la actualidad la mayoría de los historiadores que estudiaron la Edad Antigua afirman la existencia histórica de Jesús. Según la opinión mayoritariamente aceptada en medios académicos, basada en una lectura crítica de los textos sobre su persona, Jesús de Nazaret fue un predicador judío que vivió a comienzos del siglo I en las regiones de Galilea y Judea, y murió crucificado en Jerusalén en torno al año 30, bajo el gobierno de Poncio Pilato.
La figura de Jesús está presente en varias religiones. En el cristianismo es considerado el Hijo de Dios, y para la mayoría de las denominaciones cristianas es la encarnación de Dios Hijo. Su importancia estriba asimismo en la creencia de que, con su muerte y posterior resurrección, redimió al género humano. El judaísmo niega su divinidad, ya que es incompatible con su concepto de Dios. En el islam, donde se lo conoce como Isa, es considerado uno de los profetas más importantes, rechazando al mismo tiempo su divinidad. Las enseñanzas bahá'ís consideran a Jesús como una «manifestación de Dios», un concepto bahá'í para los profetas. Algunos hindúes consideran que Jesús es un avatar o un sadhu. Algunos budistas, incluido Tenzin Gyatso, el decimocuarto dalái lama, consideran a Jesús como un bodhisattva que dedicó su vida al bienestar de las personas.
1ENTONCES Jesús fué llevado del Espíritu al desierto, para ser tentado del diablo.
2Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, después tuvo hambre.
3Y llegándose á él el tentador, dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se hagan pan.
4Mas él respondiendo, dijo: Escrito está: No con solo el pan vivirá el hombre, mas con toda palabra que sale de la boca de Dios.
5Entonces el diablo le pasa á la santa ciudad, y le pone sobre las almenas del templo,
6Y le dice: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; que escrito está: A sus ángeles mandará por ti, Y te alzarán en las manos, Para que nunca tropieces con tu pie en piedra.
7Jesús le dijo: Escrito está además: No tentarás al Señor tu Dios.
8Otra vez le pasa el diablo á un monte muy alto, y le muestra todos los reinos del mundo, y su gloria,
9Y dícele: Todo esto te daré, si postrado me adorares.
10Entonces Jesús le dice: Vete, Satanás, que escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y á él solo servirás.
11El diablo entonces le dejó: y he aquí los ángeles llegaron y le servían.
12Mas oyendo Jesús que Juan era preso, se volvió á Galilea;
13Y dejando á Nazaret, vino y habitó en Capernaum, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y de Nephtalim:
14Para que se cumpliese lo que fué dicho por el profeta Isaías, que dijo:
15La tierra de Zabulón, y la tierra de Nephtalim, Camino de la mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los Gentiles;
16El pueblo asentado en tinieblas, Vió gran luz; Y á los sentados en región y sombra de muerte, Luz les esclareció.
17Desde entonces comenzó Jesús á predicar, y á decir: Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado.
18Y andando Jesús junto á la mar de Galilea, vió á dos hermanos, Simón, que es llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en la mar; porque eran pescadores.
19Y díceles: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.
20Ellos entonces, dejando luego las redes, le siguieron.
21Y pasando de allí vió otros dos hermanos, Jacobo, hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en el barco con Zebedeo, su padre, que remendaban sus redes; y los llamó.
22Y ellos, dejando luego el barco y á su padre, le siguieron.
23Y rodeó Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
24Y corría su fama por toda la Siria; y le trajeron todos los que tenían mal: los tomados de diversas enfermedades y tormentos, y los endemoniados, y lunáticos, y paralíticos, y los sanó.
25Y le siguieron muchas gentes de Galilea y de Decápolis y de Jerusalem y de Judea y de la otra parte del Jordán.
1Y VIENDO las gentes, subió al monte; y sentándose, se llegaron á él sus discípulos.
2Y abriendo su boca, les enseñaba, diciendo:
3Bienaventurados los pobres en espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos.
4Bienaventurados los que lloran: porque ellos recibirán consolación.
5Bienaventurados los mansos: porque ellos recibirán la tierra por heredad.
6Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán hartos.
7Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia.
8Bienaventurados los de limpio corazón: porque ellos verán á Dios.
9Bienaventurados los pacificadores: porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos.
11Bienaventurados sois cuando os vituperaren y os persiguieren, y dijeren de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo.
12Gozaos y alegraos; porque vuestra merced es grande en los cielos: que así persiguieron á los profetas que fueron antes de vosotros.
13Vosotros sois la sal de la tierra: y si la sal se desvaneciere ¿con qué será salada? no vale más para nada, sino para ser echada fuera y hollada de los hombres.
14Vosotros sois la luz del mundo: una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.
15Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, mas sobre el candelero, y alumbra á todos los que están en casa.
16Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen á vuestro Padre que está en los cielos.
17No penséis que he venido para abrogar la ley ó los profetas: no he venido para abrogar, sino á cumplir.
18Porque de cierto os digo, que hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una jota ni un tilde perecerá de la ley, hasta que todas las cosas sean hechas.
19De manera que cualquiera que infringiere uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñare á los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos: mas cualquiera que hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de los cielos.
20Porque os digo, que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y de los Fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
21Oísteis que fué dicho á los antiguos: No matarás; mas cualquiera que matare, será culpado del juicio.
22Mas yo os digo, que cualquiera que se enojare locamente con su hermano, será culpado del juicio; y cualquiera que dijere á su hermano, Raca, será culpado del concejo; y cualquiera que dijere, Fatuo, será culpado del infierno del fuego.
23Por tanto, si trajeres tu presente al altar, y allí te acordares de que tu hermano tiene algo contra ti,
24Deja allí tu presente delante del altar, y vete, vuelve primero en amistad con tu hermano, y entonces ven y ofrece tu presente.
25Concíliate con tu adversario presto, entre tanto que estás con él en el camino; porque no acontezca que el adversario te entregue al juez, y el juez te entregue al alguacil, y seas echado en prisión.
26De cierto te digo, que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante.
27Oísteis que fué dicho: No adulterarás:
28Mas yo os digo, que cualquiera que mira á una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.
29Por tanto, si tu ojo derecho te fuere ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti: que mejor te es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
30Y si tu mano derecha te fuere ocasión de caer, córtala, y échala de ti: que mejor te es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
31También fué dicho: Cualquiera que repudiare á su mujer, déle carta de divorcio:
32Mas yo os digo, que el que repudiare á su mujer, fuera de causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casare con la repudiada, comete adulterio.
33Además habéis oído que fué dicho á los antiguos: No te perjurarás; mas pagarás al Señor tus juramentos.
34Mas yo os digo: No juréis en ninguna manera: ni por el cielo, porque es el trono de Dios;
35Ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalem, porque es la ciudad del gran Rey.
36Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer un cabello blanco ó negro.
37Mas sea vuestro hablar: Sí, sí; No, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.
38Oísteis que fué dicho á los antiguos: Ojo por ojo, y diente por diente.
39Mas yo os digo: No resistáis al mal; antes á cualquiera que te hiriere en tu mejilla diestra, vuélvele también la otra;
40Y al que quisiere ponerte á pleito y tomarte tu ropa, déjale también la capa;
41Y á cualquiera que te cargare por una milla, ve con él dos.
42Al que te pidiere, dale; y al que quisiere tomar de ti prestado, no se lo rehuses.
43Oísteis que fué dicho: Amarás á tu prójimo, y aborrecerás á tu enemigo.
44Mas yo os digo: Amad á vuestros enemigos, bendecid á los que os maldicen, haced bien á los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;
45Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos: que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueve sobre justos é injustos.
46Porque si amareis á los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿no hacen también lo mismo los publicanos?
47Y si abrazareis á vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿no hacen también así los Gentiles?
48Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.